Microbios: ¿nuestros enemigos?

DESDE el punto de vista de la medicina natural, que es un punto de vista absolutamente científico, decir que tal o cual virus o bacteria sea la causa original y primaria de cualquier infección, no es más que un mero espejismo, ya que la realidad científica es bien distinta a como nos la han contado siempre. Es una tendencia normal en el ser humano buscar siempre disculpas a todos los problemas que nos suceden, y con nuestras enfermedades no iba a ser distinto, así que cuando Pasteur publicó su teoría de la infección, la medicina se aferró a ella como una tabla de salvación que la descargaba de sus responsabilidades. Ya había a quien echar la culpa de las enfermedades sin necesidad de cambiar nuestros hábitos de vida erróneos, que son en realidad, en la inmensa mayoría de los casos, los responsables de nuestros padecimientos.

Pasteur en los últimos años de su vida reconoció públicamente que su teoría de la infección estaba equivoda (esto se oculta deliberadamente) y que en realidad no es el microbio el causante primario del problema sino el terreno desequilibrado en el que se desarrolla. Cuando las toxinas desequilibran la homeostasis orgánica (equilibrio orgánico) y se generan residuos tóxicos en el organismo, los microorganismos cumplen su misión de degradar estos tóxicos para hacer que regresemos al estado de salud (es su principal misión en la naturaleza), son por lo tanto nuestros aliados, nunca nuestros enemigos, como siempre nos los han pintado, en realidad son “los buenos” de la película, ellos sólo se apuntan al festín de las toxinas cuando el banquete ya estaba servido previamente.

Todo lo dicho, y muchísimo más, no es otra teoría más, sino que son hechos totalmente científicos que están ahí demostrados, pero los intereses creados, todos sabemos de quien, se esfuerzan al máximo para impedir que estos conocimientos se enseñen, tanto en las universidades (subvencionadas muchísimas de ellas con dinero de las multinacionales interesadas) como al público en general, sólo se enseña lo que interesa que se sepa. Al hilo del párrafo anterior me viene a la mente la anécdota de aquel catedrático de medicina del Reino Unido que en el discurso de despedida de final de carrera a sus alumnos de medicina les decía: de todo lo que habeis aprendido aquí, solamente es cierto la mitad, pero el problema es que no sabemos que mitad es cierta y cual es falsa, y aunque parezca un simple chiste, algunos premios Nobel de medicina y de forma seria han incidido en el mismo problema y han dicho textualmente:”para practicar la medicina de forma correcta habría que quemar todos los libros de medicina y escribirlos de nuevo”.

Sólo hay que pensar un poco para darse cuenta de que esta teoría de la infección es imposible de sostenerse al contradecir muchas realidades científicas conocidas e indiscutibles, aparte de que, pasadas ya varias décadas de la hipótesis pasteuriana, aun jamás nadie ha podido demostrar, en un estudio riguroso, que algún virus o bacteria sea el causante directo de alguna infección. Está siempre primero la alteración del terreno y luego la infección, incluso en el SIDA es así. Comenzaré con un ejemplo muy gráfico: observemos una charca de agua putrefacta en un rincón de un camino, llena de mosquitos y otros microorganismos, y preguntémonos: ¿han sido los mosquitos y otros microorganismos los que han provocado la putrefacción del agua? O por el contrario, ha sido el agua corrompida por la falta de oxigenación la que ha atraído a los mosquitos. Evidentemente la respuesta, que nadie duda, es la última.

Pero después de este hecho anecdótico, vamos a comentar otro ejemplo científico que se produce dentro de nuestro organismo, y que es idéntico en la mayoría de las enfermedades: supongamos un resfriado, el cuerpo tiene un exceso de toxinas e intenta eliminarlas mediante un exceso de mucosidad, pero no son ni los virus ni las bacterias los que obligan al cuerpo a producir mucosidad, lo único que ellos hacen es cumplir su misión saprófita (degradación de sustancias en descomposición) y se apuntan al festín de las toxinas ya mencionado. En el momento de esta eliminación de toxinas al exterior, la presencia de virus y bacterias en el esputo es más que normal, es necesaria.

El verdadero trabajo del neumococo, sólo por citar un ejemplo, no es el de asesinarnos produciéndonos una neumonía, sino producir grandes cantidades de una enzima llamada hialuroni- dasa, sin esta enzima producida por el neumococo, la disolución de la exudación es absolutamente imposible. Si valoramos este proceso biológico nos daremos cuenta enseguida que se trata de un colaborador y no de un enemigo a destruir.

Dicho todo lo anterior hay algo que no encaja en la práctica médica actual, y es la utilización de medicamentos para reprimir estos procesos fisiológicos de indudable finalidad beneficiosa para el individuo. Otra cosa es que ello sea molesto y desagradable para el paciente, que nadie lo pone en duda, o incluso llegue a ser peligroso para la vida si el nivel de toxinas llegase a ser tan elevado que la degradación que debe llevarse a cabo superase la capacidad de reacción del organismo.

Sería en estos casos muy excepcionales cuando habría que pensar en la utilización de un medicamento represor, y no en la generalidad de los casos como se hace actualmente, ya que lo que estamos haciendo con ello en realidad es matar a nuestros propios aliados, reprimiendo únicamente síntomas que identificamos erróneamente como causas. Si no fuera así, cómo justificar la utilización de medicamentos que inhiben la secreción mucosa, abortando así la eliminación de las toxinas; por qué utilizar antibióticos que matan a nuestros aliados, y con un montón de efectos secundarios adversos; por qué tomar antiinflamatorios si la inflamación es por definición un proceso curativo en el que las toxinas y células dañadas son “digeridas”; por qué combatir tan obsesivamente la fiebre con antipiréticos cuando ésta no es más que una aceleración de las combustiones metabólicas destinadas a incrementar los procesos metabólicos de desintoxicación; por qué… (podríamos seguir con docenas de ejemplos.

Es incomprensible y vergonzosa toda esta sin razón humana, y más todavía si nos damos cuenta de que se produce únicamente por la avaricia de unas multinacionales que lo único que les importa es ganar dinero y dar dividendos a sus accionistas a costa de la enfermedad y la muerte de gran parte de la humanidad. No quiero que de este artículo se saque la conclusión errónea de que estoy en contra de la medicina convencional, o tenga cierto resentimiento contra ella, muy al contrario, reconozco el gran número de vidas que salvan a diario y la gran labor social de minimizar todo lo posible el sufrimiento humano.

Pero debemos reconocer honradamente, y no es ningún secreto, que hoy por hoy los “hilos” de la sanidad, pública y privada, están movidos por las multinacionales del medicamento (hoy ya nadie lo puede negar, las pruebas son abrumadoras), y el 95% o más, de todos los medicamentos que se recetan, no es sólo que no curen nada (sólo eliminan síntomas), sino que causan enormes perjuicios a nuestra salud, y lo que es peor, a la de nuestros hijos.